martes, 18 de octubre de 2011

MARTIN FIERRO. CANTOS I; II; Y III.


    

JOSÉ HERNANDEZ

MARTÍN FIERRO

Fecha de Edición - Buenos Aires 1872


El Gaucho Martín Fierro

  I - Cantor y Gaucho.

 CANTO I

1

Aquí me pongo a cantar

Al compás de la vigüela,

Que el hombre que lo desvela

Una pena estraordinaria

Como la ave solitaria

Con el cantar se consuela.



2

Pido a los Santos del Cielo

Que ayuden mi pensamiento;

Les pido en este momento

Que voy a cantar mi historia

Me refresquen la memoria

Y aclaren mi entendimiento.



3

Vengan Santos milagrosos,

Vengan todos en mi ayuda,

Que la lengua se me añuda

Y se me turba la vista;

Pido a Dios que me asista

En una ocasión tan ruda.



4

Yo he visto muchos cantores,

Con famas bien obtenidas,

Y que después de adquiridas

No las quieren sustentar

Parece que sin largar

se cansaron en partidas



5

Mas ande otro criollo pasa

Martín Fierro ha de pasar;

nada lo hace recular

ni los fantasmas lo espantan,

y dende que todos cantan

yo también quiero cantar.



6

Cantando me he de morir

Cantando me han de enterrar,

Y cantando he de llegar

Al pie del eterno padre:

Dende el vientre de mi madre

Vine a este mundo a cantar.



7

Que no se trabe mi lengua

Ni me falte la palabra:

El cantar mi gloria labra

Y poniéndome a cantar,

Cantando me han de encontrar

Aunque la tierra se abra.



8

Me siento en el plan de un bajo

A cantar un argumento:

Como si soplara el viento

Hago tiritar los pastos;

Con oros, copas y bastos

Juega allí mi pensamiento.



9

Yo no soy cantor letrao,

Mas si me pongo a cantar

No tengo cuándo acabar

Y me envejezco cantando:

Las coplas me van brotando

Como agua de manantial.



10

Con la guitarra en la mano

Ni las moscas se me arriman,

Naides me pone el pie encima,

Y cuando el pecho se entona,

Hago gemir a la prima

Y llorar a la bordona.



11

Yo soy toro en mi rodeo

Y torazo en rodeo ajeno;

Siempre me tuve por güeno

Y si me quieren probar,

Salgan otros a cantar

Y veremos quién es menos.



12

No me hago al lao de la güeya

Aunque vengan degollando,

Con los blandos yo soy blando

Y soy duro con los duros,

Y ninguno en un apuro

Me ha visto andar tutubiando.



13

En el peligro, ¡qué Cristos!

El corazón se me enancha,

Pues toda la tierra es cancha,

Y de eso naides se asombre:

El que se tiene por hombre

Ande quiere hace pata ancha.



14

Soy gaucho, y entiendaló

Como mi lengua lo esplica:

Para mí la tierra es chica

Y pudiera ser mayor;

Ni la víbora me pica

Ni quema mi frente el sol



15

Nací como nace el peje

En el fondo de la mar;

Naides me puede quitar

Aquello que Dios me dio

Lo que al mundo truje yo

Del mundo lo he de llevar.



16

Mi gloria es vivir tan libre

Como el pájaro del cielo:

No hago nido en este suelo

Ande hay tanto que sufrir,

Y naides me ha de seguir

Cuando yo remuento el vuelo.



17

Yo no tengo en el amor

Quien me venga con querellas;

Como esas aves tan bellas

Que saltan de rama en rama,

Yo hago en el trébol mi cama,

Y me cubren las estrellas.



18

Y sepan cuantos escuchan

De mis penas el relato,

Que nunca peleo ni mato

Sino por necesidá,

Y que a tanta alversidá

Sólo me arrojó el mal trato



19

Y atiendan la relación

que hace un gaucho perseguido,

que padre y marido ha sido

empeñoso y diligente,

y sin embargo la gente

lo tiene por un bandido



 CANTO II

II - Ayer y hoy



20

Ninguno me hable de penas,

porque yo penado vivo,

y naides se muestre altivo

aunque en el estribo esté:

que suele quedarse a pie

el gaucho mas alvertido.



21

Junta esperencia en la vida

hasta pa dar y prestar

quien la tiene que pasar

entre sufrimiento y llanto,

porque nada enseña tanto

como el sufrir y el llorar.



22

Viene el hombre ciego al mundo,

cuartiándolo la esperanza,

y a poco andar ya lo alcanzan

las desgracias a empujones,

¡la pucha, que trae liciones

el tiempo con sus mudanzas!



23

Yo he conocido esta tierra

en que el paisano vivía

y su ranchito tenía

y sus hijos y mujer...

era una delicia el ver

como pasaba sus días.



24

Entonces... cuando el lucero

brillaba en el cielo santo,

y los gallos con su canto

nos decían que el día llegaba,

a la cocina rumbiaba

el gaucho... que un encanto.



25

Y sentao junto al jogón

a esperar que venga el día,

al cimarrón le prendía

hasta ponerse rechoncho,

mientras su china dormía

tapadita con su poncho.



26

Y apenas la madrugada

empezaba coloriar,

los pájaros a cantar,

y las gallinas a apiarse,

era cosa de largarse

cada cual a trabajar.



27

Este se ata las espuelas,

se sale el otro cantando,

uno busca un pellón blando,

este un lazo, otro un rebenque,

y los pingos relinchando

los llaman dende el palenque.



28

El que era pion domador

enderezaba al corral,

ande estaba el animal

bufidos que se las pela...

y más malo que su agüela,

se hacia astillas el bagual.



29

Y allí el gaucho inteligente,

en cuanto el potro enriendó,

los cueros le acomodó

y se le sentó en seguida,

que el hombre muestra en la vida

la astucia que Dios le dio.



30

Y en las playas corcoviando

pedazos se hacía el sotreta

mientras él por las paletas

le jugaba las lloronas,

y al ruido de las caronas

salía haciendo gambetas.



31

¡Ah, tiempos!... ¡Si era un orgullo

ver jinetear un paisano!

Cuando era gaucho baquiano,

aunque el potro se boliase,

no había uno que no parese

con el cabresto en la mano.



32

Y mientras domaban unos,

otros al campo salían

y la hacienda recogían,

las manadas repuntaban,

y ansí sin sentir pasaban

entretenidos el día.



33

Y verlos al cair la tarde

en la cocina riunidos,

con el juego bien prendido

y mil cosas que contar,

platicar muy divertidos

hasta después de cenar.



34

Y con el buche bien lleno

era cosa superior

irse en brazos del amor

a dormir como la gente,

pa empezar el día siguiente

las fainas del día anterior.



35

Ricuerdo ¡qué maravilla!

Cómo andaba la gauchada

siempre alegre y bien montada

y dispuesta pa el trabajo...

pero hoy en día... ¡barajo!

No se la ve de aporriada.



36

El gaucho más infeliz

tenía tropilla de un pelo,

no le faltaba un consuelo

y andaba la gente lista...

teniendo al campo la vista,

sólo vía hacienda y cielo.



37

Cuando llegaban las yerras,

¡cosa que daba calor!

Tanto gaucho pialador

y tironiador sin yel.

¡Ah, tiempos... pero si en él

se ha visto tanto primor!



38

Aquello no era trabajo,

mas bien era una junción,

y después de un güen tirón

en que uno se daba mana,

pa darle un trago de cana

solía llamarlo el patrón.



39

Pues vivía la mamajuana

siempre bajo la carreta,

y aquel que no era chancleta,

en cuanto el goyete vía,

sin miedo se le prendía

como güérfano a la teta.



40

¡Y qué jugadas se armaban

cuando estábamos riunidos!

Siempre íbamos prevenidos,

pues en tales ocasiones

a ayudarle a los piones

caiban muchos comedidos.



41

Eran los días del apuro

y alboroto pa el hembraje,

pa preparar los potajes

y osequiar bien a la gente,

y así, pues, muy grandemente,

pasaba siempre el gauchaje.



42

Vení, a la carne con cuero,

la sabrosa carbonada,

mazamorra pien pisada,

los pasteles y el güen vino...

pero ha querido el destino

que todo aquello acabara.



43

Estaba el gaucho en su pago

con toda siguridá,

pero aura... ¡barbaridá!,

La cosa anda tan fruncida,

que gasta el pobre la vida

en juir de la autoridá.



44

Pues si usté pisa en su rancho

y si el alcalde lo sabe,

lo caza lo mesmo que ave

aunque su mujer aborte...

¡no hay tiempo que no se acabe

ni tiento que no se corte!.



45

Y al punto dese por muerto

si el alcalde lo bolea,

pues ahí nomás se le apea

con una felpa de palos;

Y después dicen que es malo

el gaucho si los pelea.



46

Y el lomo le hinchan a golpes,

y le rompen la cabeza,

y luego con ligereza,

ansí lastimao y todo,

lo amarran codo a codo

y pa el cepo lo enderiezan.



47

Áhi comienzan sus desgracias,

áhi principia el pericón,

porque ya no hay salvación,

y que usté quiera o no quiera,

lo mandan a la frontera

o lo echan a un batallón.



48

Ansí empezaron mis males

lo mesmo que los de tantos;

si gustan... en otros cantos

les diré lo que he sufrido,

después que uno está... perdido

no lo salvan ni los santos.



CANTO III

III - Sirviendo en la frontera.



49

tuve en mi pago en un tiempo

hijos, hacienda y mujer,

pero empecé a padecer,

me echaron a la frontera,

¡y qué iba a hallar al volver!

Tan sólo hallé la tapera.



50

Sosegao vivía en mi rancho

como el pájaro en su nido,

allí mis hijos queridos

iban creciendo a mi lao...

sólo queda al desgraciao

lamentar el bien perdido.



51

Mi gala en las pulperías

era, en habiendo más gente,

ponerme medio caliente,

pues cuando puntiao me encuentro

me salen coplas de adentro

como agua de la virtiente.



52

Cantando estaba una vez

en una gran diversión,

y aprovecho la ocasión

como quiso el juez de paz...

se presentó, y ahi nomás

hizo arriada en montón.



53

Juyeron los más matreros

y lograron escapar:

yo no quise disparar,

soy manso y no había porqué,

muy tranquilo me quedé

y ansí me dejé agarrar



54

allí un gringo con un órgano

y una mona que bailaba,

haciéndonos rair estaba,

cuanto le tocó el arreo,

¡tan grande el gringo y tan feo,

lo viera cómo lloraba!.



55

Hasta un inglés zanjiador

que decía en la última guerra

que él era de incalaperra

y que no quería servir,

también tuvo que juir

a guarecerse en la sierra.



56

Ni los mirones salvaron

de esa arriada de mi flor,

fue acoyarao el cantor

con el gringo de la mona,

a uno solo, por favor,

logró salvar la patrona.



57

Formaron un contingente

con los que del baile arriaron,

con otros nos mesturaron,

que habían agarrao también,

las cosas que aquí se ven

ni los diablos las pensaron.



58

A mí el juez me tomó entre ojos

en la ultima votación:

me le había hecho el remolón

y no me arrimé ese día,

y él dijo que yo servía

a los de la esposición.



59

Y ansí sufrí ese castigo

tal vez por culpas ajenas,

que sean malas o sean güenas

las listas, siempre me escondo:

yo soy un gaucho redondo

y esas cosas no me enllenan.



60

Al mandarnos nos hicieron

más promesas que a un altar,

el juez nos jue a proclamar

y nos dijo muchas veces:

muchachos, a los seis meses

los van a ir a relevar.



61

Yo llevé un moro de número

¡sobresaliente el matucho!

Con él gané en ayacucho

más plata que agua bendita:

siempre el gaucho necesita

un pingo pa fiarle un pucho.



62

Y cargué sin dar mas güeltas

con las prendas que tenía:

jergas, ponchos, todo cuanto había

en casa, tuito lo alcé:

a mi china la dejé

medio desnuda ese día.



63

No me falta una guasca,

esa ocasión eché el resto,

bozal, maniador, cabresto,

lazo, bolas y manea...

¡el que hoy tan pobre me vea

tal vez no creerá todo esto!.



64

Ansí en mi moro, escarciando,

enderecé a la frontera.

¡Aparcero si usté viera

lo que se llama cantón!...

Ni envidia tengo al ratón

en aquella ratonera.



65

De los pobres que allí había

a ninguno lo largaron,

los más viejos rezongaron,

pero a uno que se quejó

en seguida lo estaquiaron,

y la cosa se acabó.



66

En la lista de la tarde

el jefe nos cantó el punto

diciendo: quinientos juntos

llevará el que se resierte;

lo haremos pitar del juerte,

mas bien dese por dijunto.



67

A naides le dieron armas,

pues toditas las que había

el coronel las tenía,

sigún dijo esa ocasión,

pa repartirlas el día

en que hubiera una invasión.



68

Al principio nos dejaron

de haraganes criando sebo,

pero después... no me atrevo

a decir lo que pasaba...

¡barajo!... Si nos trataban

como se trata a malevos.



69

Porque todo era jugarle

por los lomos con la espada,

y aunque usté no hiciera nada,

lo mesmito que en palermo,

le daban cada cepiada

que lo dejaban enfermo.



70

¡Y qué indios, ni qué servicio;

si allí no había ni cuartel!

Nos mandaba el coronel

a trabajar en sus chacras,

y dejábamos las vacas

que las llevara el infiel.



71

Yo primero sembré trigo

y después hice un corral,

corté adobe pa un tapial,

hice un quincho, corté paja...

¡la pucha que se trabaja

sin que le larguen un rial!.



72

Y es lo pior de aquel enriedo

que si uno anda hinchando el lomo

se le apean como un plomo...

¡quién aguanta aquel infierno!

si eso es servir al gobierno,

a mí no me gusta el cómo.



73

Más de un año nos tuvieron

en esos trabajos duros;

y los indios, le asiguro

dentraban cuando querían:

como no los perseguían,

siempre andaban sin apuro.



74

A veces decía al volver

del campo la descubierta

que estuviéramos alerta,

que andaba adentro la indiada,

porque había una rastrillada

o estaba una yegua muerta.



75

Recién entonces salía

la orden de hacer la riunión,

y caíbamos al cantón

en pelos y hasta enancaos,

sin armas, cuatro pelaos

que íbamos a hacer jabón.



76

Ahi empezaba el afán

-se entiende, de puro vicio-

de enseñarle el ejercicio

a tanto gaucho recluta,

con un estrutor... ¡qué... Bruta!

que nunca sabía su oficio.



77

Daban entonces las armas

pa defender los cantones,

que eran lanzas y latones

con ataduras de tiento...

las de juego no las cuento

porque no había municiones.



78

Y un sargento chamuscao

me contó que las tenían

pero que ellos la vendían

para cazar avestruces;

y así andaban noche y día

dele bala a los ñanduces.



79

Y cuando se iban los indios

con lo que habían manotiao,

salíamos muy apuraos

a perseguirlos de atrás;

si no se llevaban más

es porque no habían hallao.



80

Allí sí, se ven desgracias

y lágrimas y afliciones;

naides le pida perdones

al indio: pues donde dentra,

roba y mata cuanto encuentra

y quema las poblaciones.



81

No salvan de su juror

ni los pobres angelitos;

viejos, mozos y chiquitos

los mata del mesmo modo:

que el indio lo arregla todo

con la lanza y con gritos.



82

Tiemblan las carnes al verlo

volando al viento la cerda,

la rienda en la mano izquierda

y la lanza en la derecha;

ande enderieza abre brecha

pues no hay lanzazo que pierda.



83

Hace trotiadas tremendas

desde el fondo del desierto;

ansí llega medio muerto

de hambre, de sé y de fatiga;

pero el indio es una hormiga

que día y noche está despierto.



84

Sabe manejar las bolas

como naides las maneja;

cuanto el contrario se aleja,

manda una bola perdida,

y si lo alcanza, sin vida

es siguro que lo deja.



85

Y el indio es como tortuga

de duro para espichar;

si lo llega a destripar

ni siquiera se le encoge;

luego sus tripas recoge,

y se agacha a disparar.



86

Hacían el robo a su gusto

y después se iban de arriba;

se llevaban las cautivas,

y nos contaban que a veces

les descarnaban los pieses,

a las pobrecitas, vivas.



87

¡Ah! ¡si partía el corazón

ver tantos males, canejo!

los perseguíamos de lejos

sin poder ni galopiar;

¡y qué habíamos de alcanzar

en unos vichocos viejos!



88

Nos volvíamos al cantón

a las dos o tres jornadas,

sembrando las caballadas;

y pa que alguno la venda,

rejuntábamos la hacienda

que habían dejao rezagada.



89

Una vez entre otras muchas,

tanto salir al botón,

nos pegaron un malón

los indios y una lanciada,

que la gente acobardada

quedó dende esa ocasión.



90

Habían estao escondidos

aguaitando atrás de un cerro...

¡lo viera a su amigo Fierro

aflojar como un blandito!

salieron como maíz frito

en cuanto sonó un cencerro.



91

Al punto nos dispusimos

aunque ellos eran bastantes;

la formamos al instante

nuestra gente, que era poca,

y golpiándose en la boca

hicieron fila adelante.



92

Se vinieron en tropel

haciendo temblar la tierra.

no soy manco pa la guerra

pero tuve mi jabón,

pues iba en un redomón

que había boleao en la sierra.



93

¡Qué vocerío! ¡qué barullo!

¡qué apurar esa carrera!

la indiada todita entera

dando alaridos cargó,

¡jue pucha!... Y ya nos sacó

como yeguada matrera.



94

¡Qué fletes traiban los bárbaros!

¡como una luz de ligeros!

hicieron el entrevero

y en aquella mezcolanza,

este quiero, éste no quiero,

nos escogían con la lanza.



95

Al que le daban un chuzazo,

dificultoso es que sane.

en fin, para no echar panes,

salimos por esas lomas,

lo mesmo que las palomas

al juir de los gavilanes.



96

¡Es de almirar la destreza

con que la lanza manejan!

de perseguir nunca dejan,

y nos traiban apretaos.

¡si queríamos, de apuraos,

salirnos por las orejas!



97

Y pa mejor de la fiesta

en esa aflición tan suma,

vino un indio echando espuma,

y con la lanza en la mano,

gritando: acabáu cristiano,

metau el lanza hasta el pluma.



98

Tendido en el costillar,

cimbrando por sobre el brazo

una lanza como un lazo,

me atropelló dando gritos:

si me descuido... El maldito

me levanta de un lanzazo.



99

Si me atribulo o me encojo,

siguro que no me escapo:

siempre he sido medio guapo,

pero en aquella ocasión

me hacía buya el corazón

como la garganta al sapo.



100

Dios le perdone al salvaje

las ganas que me tenía...

desaté las tres marías

y lo engatusé a cabriolas...

¡pucha...! Si no traigo bolas

me achura el indio ese día.



101

Era el hijo de un cacique,

sigún yo lo averigüé;

la verdá del caso jue

que me tuvo apuradazo,

hasta que por fin de un bolazo

del caballo lo bajé.



102

Ahi no más me tiré al suelo

y lo pisé en las paletas;

empezó a hacer morisquetas

y a mezquinar la garganta...

pero yo hice la obra santa

de hacerlo estirar la jeta.



103

Allí quedó de mojón

y en su caballo salté;

de la indiada disparé,

pues si me alcanza me mata,

y al fin me les escapé,

con el hilo de una pata.